El día en que Ella se vistió de blanco
Recuerdo la primera vez que tuve en mis brazos. Eras tan pequeña, tan frágil, que apenas me atrevía a moverme por miedo a hacerte daño. Aquel instante se me quedó grabado, no tanto por lo que duró, sino por lo que significaba: el comienzo de un vínculo que con el tiempo ha ido creciendo en silencio, sin necesidad de estar siempre presente, pero siempre lleno de cariño.
La vida, con sus prisas y sus distancias, no me permitió acompañarla en cada una de sus etapas. No estuve en todos sus cumpleaños, ni en todos sus días de colegio, ni fui testigo de cada paso que daba hacia la mujer en la que hoy se ha convertido. Pero en cada encuentro, en cada momento compartido, hay algo especial: esa chispa en su mirada, esa manera de sonreír que siempre enciende todo a su alrededor.
Y entonces llegó este día. El día en que Ella se vistió de blanco. Un día en el que mi papel no era solo el de alguien que la quiere, sino también el de fotógrafo. Tenía entre mis manos la responsabilidad de guardar para siempre la esencia de un instante irrepetible. Y mientras miraba por el visor de mi cámara, sentí cómo se mezclaban dentro de mí el orgullo, la emoción y la nostalgia.
No veía únicamente a una novia preciosa, con el brillo propio de quien empieza un nuevo camino. Veía también a la niña que alguna vez sostuve en brazos, a la joven que fue creciendo, y a la mujer que hoy camina con paso firme hacia su futuro. Era como si todas esas versiones de Ella convivieran al mismo tiempo delante de mí, y yo solo podía apretar el disparador para no perder ni un segundo de aquel milagro.
Cada fotografía era más que una imagen. Era un pedazo de historia, una forma de atrapar la felicidad en un instante, de ponerle nombre a lo que tantas veces es imposible explicar con palabras.
Ese día comprendí algo: que los lazos de sangre no se miden por la cantidad de momentos vividos, sino por la intensidad del cariño. Y yo, viéndola brillar, supe que Ella se había convertido en una mujer increíble: fuerte, generosa, sensible, con una luz que ilumina a quienes la rodean.
Ella empezó un nuevo capítulo de su vida. Y yo estuve allí, cámara en mano, corazón en vilo, agradecido por el privilegio de ser testigo de ese comienzo. Porque, al final, lo verdaderamente importante no es cuánto tiempo has estado en la historia de alguien, sino el honor de poder formar parte de sus páginas más bonitas.
Te quiero mi niña, no lo olvides nunca!!
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